viernes, 5 de octubre de 2012

Por fin las matemáticas me sirven de algo


Siempre me he considerado mala para las matemáticas. De hecho siempre tuve malas calificaciones en esa materia. El último año de prepa pase apenas con 6, luego de un par de extraordinarios.

Mi poca eficiencia en el tema me orilla de vez en cuando -sobre todo cuando estoy estresada- a soñar toda la noche que hago exámenes de matemáticas y que de pronto Monsieur Chauvet (el profe de dos metros y pelo blanco que tenía en secundaria) se acerca a regañarme que por que no me sé "par ceur" las reglas de las matemáticas . Horrible la escena -sobre todo porque la viví varías veces-.

Dicen que las matemáticas están asociadas a la lógica, y esa premisa me pone de frente dos cuestionamientos: ¿Soy mala por que no tengo lógica y no entiendo de lógica o mi lógica no es la de las matemáticas?

Mi nulo conocimiento de la materia no sólo me hace una torpe para sumar, restar y multiplicar, lo peor es que creó un handicap aparentemente muy necesario para la vida -decían los profesores-…Nada que una calculadora no pueda sanear, refuto.

En mi trabajo, las matemáticas son necesarias pero no únicas, basta saber aplicar la regla de tres, analizar estadísticas y con eso generar argumentos en defensa o en contra de un punto.
Sumar, sumar y sumar transa sobre transa, factura sobre factura para entender que esto no era tan complicado, simplemente es un negocio de nadie.
No entiendo por qué no se me dijo eso en mis años escolares; las matemáticas se vuelven practicas aliadas del periodista, siempre que este quiera invertirle dos dedos de frente a su trabajo.

Lejos de mis escenas de trauma de infancia y el handicap acumulado, yo sola he sabido encontrarle su sabor a las matemáticas y por qué no, a la economía en general.
La experiencia de vivir es ejemplo claro de lo que números -en un conjunto de posibilidades- pueden hacer en una persona cosas positivas o negativas.

 Sobre todo cuando se observa lo que pasa cuando uno suma y resta ideas.

Las ecuaciones de la vida

Hace unos meses desarrollé mi teoría de la economía del miedo, algo así como la economía de las emociones, muy inspirado en el "Egonómics" de Jon Elster.

Según mi observación, el miedo es moneda de cambio para mucha cosas, para ceder ante situaciones, para negarse a otras.
La gente lo sabe (nos lo hicieron aprender desde muy pequeños) todo es dominación… siempre que lo permitas.

El miedo como valor de mercado se sumerge en un mundo capitalista en donde unos ganan y otros pierden. 

En los últimos meses he pasado por una serie de situaciones que me hicieron analizar qué tanto estaba dispuesta a vivir negociando el miedo.

Y es que insisto, hacer cosas con miedo hace que innegablemente el otro gane o que los dos pierdan y eso no me gusta.
Hacer las cosas a cambio de miedo te hace también una persona jodida, tampoco me gusta.

¿Ven? Ésa es la lógica de mercado -así lo entiendo yo pues-, y como tal, siempre habrá alguien dispuesto a ofrecer más o a negarse a más por puro pinche miedo.

En esa lógica existen salidas. Una de ellas me gusta: el boicot al miedo. Así ni yo pierdo ni los demás ganan. ¡Vaya forma de neutralizar las cosas! Pues no es tarea sencilla.

El miedo es un valor clave en las relaciones de las personas, al menos las de mi generación, que ha sido fuertemente marcada por la cultura del miedo, de la incertidumbre…a veces traducida en violencia, más bien una generación que devalúa el respeto.

Pero más allá de boicots, me gusta pensar que al miedo se le puede neutralizar con amor -suena cursi ya sé, pero no está de más pensarlo- siempre que el amor no esté condicionado al miedo, al apego, a la inercia (tampoco es sencillo, pero no imposible).

Ayer me decidí a tomar nuevas rutas frente al miedo y creo que ahora sí Mr. Chauvet estaría orgullosa de mí, por que intento retomar la argumentación (lógica) que tanto insistió que aprendiera.

Las ecuaciones nunca fueron mi fuerte, pero creo que ésta que descubrí en medio de una conversación me da mucho sentido.

¿Qué pasaría si yo multiplico el tiempo con paciencia, le sumo todos los besos y abrazos necesarios, elevo el resultado a la potencia de cero incertidumbre algo así como confianza y resto todo rasgo del pasado?

El resultado: una súper buena chaqueta mental sobre cómo reorientar mi vida personal, y quizá una historia bonita llena de esperanza. Esto último es lo que más anhelo.

Por lo pronto toca ponerla en práctica, sin caer en la tentación de la prueba y el error -pues este juego se basa en el compromiso personal- tampoco se trata de justificar lo inevitable,  simplemente cuando no es, no es y punto. Eso no quita que yo siga pensando en que no me voy a dejar vencer por el miedo.

En lo que genero evidencias de mi nueva tesis, seguiré explorando en mis conocimientos básicos sobre matemáticas, tratando de hurgar en lo que sí conozco, en lo que sí me gusta, aprender a vivir  de una manera más chida, con valores propios y lejos de las lógicas tradicionales sobre qué sí y que no se debe sumar.