martes, 15 de junio de 2021

NY/2016

Camino en la inercia de una marabunta de gente que se dirige con aparente rumbo fijo.

Hace frío, mis dedos comienzan a entiesarse. El movimiento de mi pies es continuo, no cesa, es un pedaleo ligero que recorre calles en busca de refugio. 

Desde la mañana anhelo aprender; el sol me acompaña 

ilumina cada cuadro que veo, recuerdo la Luz de otro tiempo.

repasar las mismas imágenes me da seguridad de lo que soy, de lo que fui.


¿Qué esperar de una ciudad que anhela libertad?

De una sociedad que sosiega el dolor en mausoleos mercantiles, en duelos frustrados.

La tierra tragó el amargo sabor de la libertad. 

Nos enseñaron que eso era terrorismo;

ahora recubren el olvido con agua que cae, que muere entre surcos que hunden la pena.

Crearon nuevas estructuras que figuran un espejo en el donde el ego se vuelve a construir.


Reconocer que somos iguales. Que no hay cisnes negros ni blancos, sino distintos tonos de grises que igualan nuestra condición perenne en un mundo que desespera entre selfies, cafés y gimnasios.

Descubrir la belleza en el cuerpo, en el movimiento, en las formas humanas más sutiles y enérgicas.


Saborear el amor a la distancia, en el recuerdo, en el futuro imaginado, en los pasos que uno recoge al otro lado del hemisferio, resignificando el andar, hacerlo de manea sincera. Perdonar lo que fuimos, amar lo que somos. 

Al final todos llegamos a donde estábamos invitados, no importa si es un teatro, a una calle, a una casa. El alma atraviesa el sentido de lo objetivo, lo modifica, lo convierte en polvo que después servirá para recordarnos lo fuimos.



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