lunes, 1 de noviembre de 2010

Migración Indígena II

Retener u olvidar sus costumbres, la paradoja de los migrantes indios en la ZMG
Segunda de III Partes

Paloma Robles
Publicado en La Jornada Jalisco 27/05/2010

Al menos el 41 por ciento de la población de migrantes indígenas en el estado, sufren una doble discriminación, pues explican que al principio eran excluidos porque hablaban su lengua materna y ahora lo son porque abandonan su práctica para buscar integrarse a la sociedad y sentirse admitidos.

“Antes nos excluían porque hablábamos nuestra lengua y el Estado se aferraba a que la dejáramos de hablar, ahora nos excluyen porque ya no la hablamos” expresa Fortino Domínguez, indígena zoque de Chiapas e integrante de la Unidad de Apoyo a Comunidades Indígenas (UACI) de la Universidad de Guadalajara.

El censo Indígena 2008, elaborado por el Fondo Regional de Indígenas Migrantes, detalla que el 72 por ciento de los encuestados ya nacieron en el estado de Jalisco, sin embargo, el 19 por ciento no saben leer ni escribir.

Domínguez señala que en la literatura que existe en materia de migración indígena hay tres constantes: “siempre se estudia a los grupos con mayor población, a los que viven de manera conjunta y a los indígenas que están arraigados en un nicho económico. Pero existen muchos pueblos en la ciudad que no figuran en estos parámetros de medición y están olvidados y desatendidos, desde lo gubernamental hasta lo académico”. Mientras hay constantes que “se mantienen y se agudizan, como la discriminación, el racismo, el acceso al trabajo y la falta de vivienda”, denuncia.

El caso de María Hilaria Martínez es peculiar, ella desde muy joven decidió abandonar a su comunidad -triqui de Oaxaca asentada en la Riviera de Chapala-, para radicar sola en la ZMG.

Hace 20 años se estableció en Tlaquepaque, en el tercer piso del mercado municipal. Atiende tres puestos. Allí mismo vive en compañía de dos de sus hermanas y su hija, esta última, estudiante de contaduría en la Universidad de Guadalajara.

Dice que vive más tranquila que si estuviera con su gente en Chapala, “es difícil convivir con ellos, es que sólo quieren imponer, así no es la cosa, tú vas hacer la lucha y ya no tienen por qué obligarte a nada, se trata de que a todos nos vaya bien”, expuso.

Hilaria teje morrales con la técnica de cintura que aprendió de su abuela. También vende cazuelas de barro, cerámica barata traída de Tonalá y nacimientos de todos colores y tamaños. Aunque al rededor no se ven clientes, ella refiere que está siempre a la espera de algún turista, “haber qué les gusta”. Llegó a ese local gracias a que su papá migró antes que ella y le allanó el camino.

“Era una señora güera la que se lo ofreció y cuando fui a verla me dijo que tenía que afiliarme a la CROC para que yo no tuviera problemas para vender. Me dijo: ‘te van ofrecer un área de trabajo, te van a proteger, si quieres un área dentro de la zona va haber un espacio’, luego fui con ella a las reuniones y me dio este lugar, aquí vivo y trabajo”.

Alrededor, el escenario no es muy alegre. Los cables de luz corren desordenadamente por el viejo techo de lámina. Hay cajas, plásticos y maderas empotradas por todas partes. Un polvo espeso invade cada pieza en exhibición, algunas son figuras decorativas anticuadas, inservibles.

Un olor rancio se desprende desde las plantas bajas del edificio. Se escucha el eco del mercado, “¡pásele, pásele!”, mientras la mujer concede la entrevista sentada en una silla chaparrita, muy cerca del ventanal que da a la calle. En las paredes todavía quedan rastros de lo que fuera un estacionamiento. Todo luce abandonado. Ésta es su casa.

Relata Hilaria que el único problema que ha tenido en su estancia en Tlaquepaque han sido los cobros de cuota que en ocasiones los hijos de la locataria le han exigido, “son muy viciosos y como tenían dinero venían y me cobraban a mí, se robaban cosas”.

Su negocio fue próspero hasta finales de 2008, luego vino la crisis. Al día de hoy adeuda, del año pasado y de lo que va de 2010, más de 6 mil pesos de renta, lo mismo que al Fondo Regional Indígena, proyecto de microcréditos otorgados por el gobierno federal y solventado por la Comisión para el Desarrollo de los pueblos Indígenas (CDI), a través del cual Hilaria se ha financiado en los últimos 9 años.

Hace una pausa y declara: “no han sido tiempos buenos, pero vamos a salir adelante”. Hace un gesto en su cara, señal de tristeza, pero de pronto sonríe y recuerda que su mayor ilusión es ver a su hija egresada de la universidad y quizá tener una casa propia.

Según datos contenidos en el Censo Indígena 2008, así como Hilaria, 62.3 por ciento de los encuestados no cuentan con casa propia.

Detalla que el 48 por ciento de las viviendas son rentadas y el 14.2 son “prestadas”. En el municipio de Tonalá es en donde más casas arrendadas hay, mientras que en Guadalajara en un 10 por ciento “se cuidan o se piden prestadas”, una forma velada de decir que las invaden.

Por su parte en el municipio de Tlaquepaque es en donde se observa que más migrantes indígenas han procurado hacerse de una casa propia.

De las 259 viviendas encuestadas, 48 son predios independientes, ocho están en edificios, 57 están en vecindades y 12 son cuartos de azotea, en su conjunto representan el 48.3 por ciento y son consideradas por sus habitantes como “viviendas dignas”.

Otras 100 viviendas están asentadas en locales no construidos para habitación, seis son casas móviles y 28 están en refugios temporales; representan el 51 por ciento de la viviendas y no son consideras dignas.

Predominan las paredes de tabique, ladrillo, block y lámina metálica, sin embargo, existen también las de material de desecho como lámina de cartón y madera. En el 31 por ciento de los casos, los techos son de material de desecho, de asbesto o metálicas. Poco más de 10 por ciento tienen piso de tierra.

En Guadalajara es en donde se presenta la mayor incidencia de hacinamiento, en cuyas viviendas sólo existe con un sólo cuarto donde se cubren todas las necesidades de la familia y le sigue Tonalá. En ambos municipios, el 56 por ciento de las casas encuestadas no cuentan con un cuarto exclusivo para labores de cocina.

En suma, de los cuatro municipios cuyos habitantes son de origen indígena, el 71 por ciento cuentan con disponibilidad de agua; sin embargo en Tonalá, a un 10 por ciento les suministran el líquido sólo una vez por semana.

Por su parte, el registro de colonias de la ZMG, con presencia de indígenas migrantes, realizado por la Comisión Estatal Indígena (CEI), detalla que existen otras etnias disgregadas en la ciudad.

El documento revela que hay una familia Chol, de Chiapas, que habita en la colonia Flores Magón en Guadalajara. Tienen apenas cinco años radicando la ciudad. Otras 6seisfamilias de origen totonaca dejaron Veracruz hace siete años y viven en la colonia Nueva Santa María en Tlaquepaque; lo mismo para las cinco familias tzeltales de Chiapas que viven en Loma Bonita Ejidal. Por su parte, los mazahuas del Estado de México habitan en Santa Ana Tepetitlán, en Zapopan y cumplen apenas ocho años en la ciudad.

Según el director de la Comisión Estatal Indígenas, Francisco López Carrillo, todas ellas son candidatas a recibir viviendas por parte del gobierno estatal en un programa que apenas está por realizarse.

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