lunes, 1 de noviembre de 2010

Migración Indígena III

Tlajomulco, nueva cuna de la migración indígena en la Zona Metropolitana
Tercera de III partes
Paloma Robles
Publicado En la Jornada Jalisco 28/05/2010
Sin oportunidades de trabajo, mucho menos de vivienda, así subsisten en la ciudad por lo menos 35 mil indígenas migrantes que tiene contemplados el INEGI en su conteo 2005 que, a casi 40 años de su llegada, no cuentan con ningún programa especial de gobierno que les ayude a sobrellevar su condición.

Desde lejos se identifican los rasgos indígenas de Ema Ávila. Morena, chaparrita, cabellos lacios y negros. Su vestido es de poliéster color turquesa. De cerca, se observan los detalles hechos a mano de su indumentaria. Sus ojos pequeños.

Vive en la Colonia Chulavista en el municipio de Tlajomulco, sitio donde las autoridades no se atreven a ingresar y reina el abandono y la delincuencia.

Recargada en la pared de una de las 20 mil casas construidas en esa orilla de la ciudad, Ema busca robar unos centímetros de sombra, espera la ruta 52 C. No hay árboles ni parada de camión. Los brazos cruzados. El sol es abrasivo. No le importa. Hace más de hora y media de ruta desde su casa hasta el centro de Guadalajara.

Su origen es zapoteco y tiene apenas año y medio de vivir en Jalisco. Su hijo mayor la hizo venir, “me estaba quedando sola, mi esposo se fue hace tiempo a Estados Unidos, está enfermo, yo creo que ya no regresó y pues me decidí a ver a mi hijo”.

Al cuestionarle cuántos paisanos viven en su barrio respondió: “Yo soy de la costa y de ahí no he no he visto a nadie, pero hay gente de la sierra y un día conocí a una señora de Veracruz, todos indígenas, yo creo que son muchos”.

A su alrededor, un centenar de casa grises a la espera de nuevos moradores. Chulavista y Haciendas de Santa Fe (a un costado de la primera) son las más zonas más pobladas en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Se estima que en los últimos 5 años por los menos 100 mil habitantes se han ido a vivir allá.

Por la complicación de las distancias y los problemas de servicios, los dueños de algunos de esos predios decidieron abandonarlos. Ahora, son refugio de cientos de indígenas que -en opinión del especialista en temas de migración indígena, Francisco Talavera-, aprovechando esa situación y a falta de viviendas, han ido a ocupar esas casas que tienen apenas 6 metros de fachada por poco más de 16 metros de profundidad.

Tlajomulco, nueva cuna de migrantes

Según el historiador José Chávez García, en Tlajomulco ya no hay localidad ni barrio ni caserío de indígenas de la región. Los últimos pobladores se fueron a finales del siglo 18 y principios del siglo 19. Hay rastros de hubo Chimalhuacanos, Tecuetzes, Purépechas y otras dos que ya desaparecieron.

Sin embargo, derivado de la explosión demográfica que tuvo el municipio, la población indígena migrante también se replegó de los asentamientos tradicionales, como Guadalajara y Zapopan, para establecerse en Tlajomulco.

“Los indígenas no llegaron en agrupaciones sino de manera individual, y no hay asentamientos de grandes familias o de grupos étnicos monumentales” explica Héctor García Navarro, coordinador de extensión territorial y de asuntos indígenas de Tlajomulco.

A partir de los datos del Censo del INEGI de 2005, que reporta 464 indígenas migrantes en el municipio, el ayuntamiento inició desde hace algunos años el programa Enlace de Tlajomulco de Nómadas Indígenas para la Asistencia Social (Etnias), que está dividido en tres etapas: La primera, actualizar el censo del Inegi; la segunda, trata de la conformación de comités de desarrollo indígena y, la tercera, la aplicación de fondos municipales, estatales y federales para el desarrollo de los pueblos indígenas (esta última parte aún no se aplica).

Según García Navarro, encargado de Etnias, en la localidad de San Agustín, de 55 indígenas reportados en 2005, al día de hoy hay un total de 86. Están divididos en 30 familias de diferentes etnias, entre ellas la Purépecha. Lo que significa un aumento de 36 por ciento de población de origen indígena que viven en las colonias la Lagunita, rumbo a los Ocotes, y en los alrededores de la plaza San Agustín.

La mayoría no tiene casa propia, ni accesos a educación. García Navarro informó que sólo la mitad de esa población cuenta con servicios de salud.

Otro caso es el de Santa Cruz del Valle, donde se presentó un fenómeno diferente. En 2005, el Censo reportó 44 indígenas y, en la inspección que realizó el municipio, sólo encontraron a ocho.

“Son dos familias, los únicos mayores de edad corresponden a los jefes de familia”, expuso el funcionario.

Las autoridades desconocen la causa de su desaparición, “no hubo manera de averiguar qué fue lo que sucedió”, repuso.

Agregó: “Vienen de todo el sur de la república, excepto de Quintana Roo. Hay gente del estado de Hidalgo, también de la Sierra Tarahumara.

La presencia de indígenas también es evidente en Rancho Alegre donde el municipio ya instaló un comité de desarrollo comunitario; lo mismo que en el crucero del Salto, donde viven una familia de origen indígena del estado de Colima y otra de Veracruz.

De las personas encuestadas por el ayuntamiento, sólo dos se dedican a la artesanía.

“Una minoría tiene empleos fijos en Guadalajara, la mayoría trabaja en sus localidades, en construcción y otras cosas, hay algunos que sólo por habitar casas les pagan por eso. Lo mismo aplica para un casino y para un kínder” explica el experto.

La ciudad de las etnias, frustración

Apenas en mayo del año pasado, la Secretaría de Planeación (Seplan) convocó a una veintena de líderes comunitarios a unas reuniones con motivo de un proyecto de vivienda que el gobierno del Estado quería ofrecer a los migrantes pluriétnicos.

La idea surgía de un primer anteproyecto llamado “La ciudad de la etnias”, que los Mixtecos –los más antiguos la ciudad- habían entregado al gobernador Emilio González en 2006.

El proyecto era modesto pero representaba el inicio de mucha cosas. Según lo referido por el director de vinculación de la Seplan, Miguel Ángel García Santana -encargado de las negociaciones en esas reuniones-, entre 350 y 400 viviendas estarían construidas y dotadas de todos los servicios en un predio de 10 hectáreas.

Por motivos de aseguramiento del proyecto, no quiso señalar el funcionario donde estaría asentado el complejo, sin embargo, detalló que las casas tendrían un costo promedio total de 150 mil pesos; de allí, una tercera parte correría a cuenta del Fondo Nacional para Habitaciones Populares (Fonapo) que iría a fondo perdido.

La efervescencia no paró y las comunidades indígenas se mostraron entusiasmadas por el proyecto. “Por fin se nos escucha”, decían algunos que se acercaron a las reuniones, que tuvieron lugar en su mayoría en las instalaciones de Seplan.

A los migrantes indígenas incluso les mostraron bosquejos de las casas. Iprovipe sería la instancia que daría seguimiento al proyecto y les planteó un esquema de financiamiento. Al cabo de 15 reuniones mensuales que sostuvieron, la sensación de hartazgo comenzó a permear en los asistentes, el proyecto se tornó engañoso y las juntas se fueron politizando.

Francisco Talavera, antropólogo social y colaborador del proyecto, reclama en tono de indignación: “Llegó un momento donde ya no lo vimos viable, me reuní con ellos (los indígenas interesados) y les dije ‘qué hacemos’; ellos manifestaron que sentían que les estaban viendo la cara. Seplan nunca dijo ‘hasta aquí’, pero lo fue cansando y nosotros dejamos de ir, y llegó un momento en donde definitivamente se cancela el proyecto, pero no se saben las causas y con eso se vuelve a decepcionar la gente. Son tres generaciones y no hay ni un sólo programa de atención hacia el indígena”.

“Cuando el Gobierno invita al Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas) a colaborar en este proyecto, el entusiasmo fue general y una oportunidad de oro se presentaba en la ciudad”.

A decir de Talavera, buscaban dejar en claro tres cosas, la primera, “decirle a la autoridad que no era una onda personal del gobierno, no era una dádiva, sino decirles ‘esto es un derecho social, es una política compensatoria’. Por otro lado, queríamos utilizar el mecanismo de la organización indígena, las asambleas, la reuniones de familias extensas, para que entre ellos decidieran quién era sujeto a crédito.

La tercera preocupación era no hacer un guetto, “nosotros decíamos que no se trataba de separarlos, de aislarlos, sino se trata de incorporarlos, de tender puentes. Queríamos proponer que, una vez que se diera la vivienda, hubiera la posibilidad que se instalaran escuelas multiculturales, además de un proyecto productivo basado en una especie de mercado indígena, pero no sucedió”.

Según manifiestan entrevistados, en las mesas de trabajo se discutía quién tenía más derechos, las mujeres solteras, los recién casados, los que llevan años rentando y de manera irregular, el anciano que lleva más tiempo en la ciudad; pero no pasó de la discusión.

Para el director de Vinculación de la Seplan y el delegado regional de la Comisión para el Desarrollo de los pueblos Indígenas (CDI), Guadalupe Flores, el proyecto aún está vigente y sigue en marcha.

Se encuentra “gestionándose la introducción de servicios y la vivienda”, explica el titular de Vinculación. Sin embargo, reconoce que no ha habido contacto con los investigadores del CIESAS que se iban a encargar del diagnóstico de las viviendas y sus moradores en las colonias que el gobierno tiene detectadas.

Refiere que la presión en el proyecto la generaron los indígenas, específicamente la gente de Antorcha Campesina, que fue “muy insistente, haciendo manifestaciones, y nosotros tuvimos que hacer unas reuniones para explicarles cómo sería el proceso, pero no es que fuera de ya la solución. Ellos estuvieron presionando para que de alguna manera les entregáramos el predio que ya teníamos adquirido”, manifestó García Santana (predio que, según información de la CDI, estaba no sólo en Tonalá sino, además, ubicado sobre ductos de Pemex).

El desengaño causó frustración en la población que, más allá de programas que sólo quedan en promesas e interminables sesiones improductivas, sigue creciendo y expandiéndose en lugares inusitados para la tradición migratoria de la ciudad.

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